Mi abuelo Luis Almodovar |
Bueno, que como iba diciendo, mi abuelo, que fue represaliao político, levantó (y aun sigue en pie) el susodicho kiosco en la C/ Dulce Jesús, esquina con Lope de Vega en un trozo de patio de un bloque destinado a maestros, que por aquel entonces disfrutaban de alojamiento gratis y con el se estuvieron ganandose el sustento los dos hasta el fin de sus días, mi abuelo en 1972 y mi abuela en 1975.
Mi abuela Carmen Alvarez |
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Como digo, las historias de mi abuela eran veridicas, eran historias crueles de hambre y miseria, pero que ella adornaba de sorna o como si fuera un chiste o un cuento irreal y trataba de quitarle todo el contenido amargo que luego, con los años descubrimos para nuestra desazon.
Con estas historias, descubrimos muchas cosas que fueron marcando nuestra niñez y juventud, cosas como que mi abuelo estuvo en la carcel por "rojo", que mi abuela se dedico al Estraperlo (conseguia arina y la vendia clandestinamente) mientras su marido estaba en la carcel, el hambre que paso mi familia en aquellos años negros cuando se comian las cascaras de las habas, las lgarrobas y hierbas silvestres y en los que mi tia Josefa y mi madre se pusieron a "servir" con unos 10 años por la comida y como se sacaba, de casa de los señores, los trozos de pan entre las piernas para que comieran sus hermanos menores o que mi abuela, mandaba a mis tios a jugar a la puerta de la Falange, situada en la Plaza Vieja, a jugar al balon esperando a que el falangista de la puerta se cabreara por los balonazos y les cortara el pelo a "cero", para gozo de mis tios que llegaban a la casa alegres por su nuevo "look" o como mi abuela, que aun a riesgo de su vida, recorrio varias calles de Andujar durante un bombardeo de los Fascistas, con un plato de lentejas con "algarrobas" que habian podido guisar, para llevarselo a una amiga suya que estaba enferma por el hambre que pasaba, cosa que ésta, agradecio durante toda su vida.
Pues con estas y otras muchas historias que otro dia os contare, el pequeño kiosco se llenaba tarde tras tarde de primos y hermanos para escucharlas de boca de mi madre o de mi abuela, siempre con una sonrisa en los labios, nunca con animo de revancha o venganza contra aquellos que desataron la suya contra familias como la de mis abuelos, gente humilde y trabajadora que supieron educar a sus hijos en la honestidad y en la honradez, pero sobre todo, en la supervivencia.
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