jueves, 13 de junio de 2013

Juegos de antes



En mis tiempos jugábamos prácticamente a cualquier cosa, aunque de poder elegir, cuánto más cafre y bestia fuese el juego, mejor que mejor. Y si en el trascurso del juego alguien se lesionaba, eso era ya la reostia. Así las cosas no es raro que muchos de los tiernos chavales de aquella época podamos presumir de algún que otro recuerdo de guerra. Cuántas rodillas reventadas, piernas peladas y brechas en la cabeza pudimos hacernos… sí, eran tiempos salvajes.
Entre los juegos más bestias que recuerdo y que desarrollábamos en el paraje de San Cristóbal, (antigua ermita reconvertida en carpintería) estaba el de seguir al líder (o algo parecido) que consistía en que el "líder", elegido por sorteo, marchaba en la primera posición haciendo “cosas difíciles” tales como saltar entre bancos bastante separados, trepar árboles y descolgarse por las ramas, pasar rodando bajo los camiones aparcados, hacer cabriolas en lo alto de los muros y por supuesto saltar al vacío desde éstos. Los demás seguíamos al "líder" en fila, tratando de hacer en orden las mismas burradas y temeridades que éste. La cuestión es que existían dos posibilidades, que nos saliese bien el ejercicio, lo que nos permitiría conservar nuestra posición en la fila, o que nos saliese mal y que terminásemos con nuestros huesos en el suelo. Si el “pequeño accidente” nos permitía seguir, nos colocaríamos en última posición de la fila y continuábamos como si allí no hubiese pasado nada, y de no poder seguir por necesitar algún que otro punto de sutura, quedábamos eliminados de la prueba, claro está. Al final, "el líder", tarde o temprano sufría también un accidente, lo que conllevaba la pérdida de su estatus de privilegio y pasaba al último lugar de la cola, de manera que el que le precedía recogía el papel de “madre”. Ni que decir tiene que si uno quería conservar el rango, debía ser capaz de superar grandes retos... Llegamos a hacer cosas impensables y  a saltar desde alturas considerables, y lo que resulta increíble es que jamás nos rompimos una pierna ninguno (eso sí, brazos cayeron dos). Aquel juego me hizo comprender la verdad de una de las frases que más me repetían en casa y qué básicamente se podía resumir en un: qué difícil era ser “lider”.

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